“Herejes” de Leonardo Padura: La biblioteca musical de Mario Conde.

En “Herejes”, el primer tema musical del libro es el ruido de La Habana que comienza a oírse desde la primera página. Porque, cada ciudad tiene su propia música, el lienzo sobre el que se dibujan los demás sonidos.

En 1939, el barco S.S. Saint Louis, con novecientos judíos que lograron huir de Alemania, estuvo fondeado varios días frente al puerto de La Habana a la espera del permiso para los refugiados. El niño Daniel Kaminsky y su tío esperaron en el muelle a que desembarcaran sus familiares, confiados en que usaran ante los funcionarios el tesoro que portaban a escondidas: un pequeño lienzo de Rembrandt que perteneció a los Kaminsky desde el siglo XVII. Pero el plan fracasó y el barco regresó a Alemania, llevándose con él toda esperanza de reencuentro.

El joven Daniel Kaminsky

Muchos años después, en 2007, la noticia de que ese lienzo se subasta en Londres, provoca que el hijo de Daniel, Elías, decida viajar a La Habana desde Estados Unidos para aclarar qué sucedió realmente con el cuadro y su familia. Sólo alguien como el Conde puede ayudarle en la misión. Y en los encuentros y las conversaciones sabremos que Daniel decidió cambiar radicalmente de vida y que le atormentaba un crimen. También que ese cuadro, una imagen de Cristo, tuvo como modelo a otro judío, que en la Ámsterdam del siglo XVII rompió todas las convenciones de clase y de religión para trabajar en el taller de Rembrandt y aprender a pintar con el maestro.

Ridley Scott, 1982Stuart Rosenberg, 1976

Dos películas relacionadas de manera estrecha con la novela son: “Blade Runner» (1982). Protagonista absoluta en esas páginas del libro en las que Padura construye el universo mental y social de Judy y los EMO en La Habana. Muy recomendable la Banda Sonora compuesta por Vangelis.
La otra, «El viaje de los malditos” (1976) que recrea la odisea en el barco vivida por los judíos en 1939. Es muy interesante para la contextualización histórica de parte del relato. Superproducción de la época con varias nominaciones a los premios Óscar del momento y con un elenco que engloba a todas la superestrellas de aquellos días, incluido Orson Welles. Interesante y sugerente Banda Sonora escrita por Lalo Schifrin.


Leonardo Padura es un escritor cubano conocido por sus novelas y ensayos que abordan temas sociales y políticos. Aunque Padura no es músico de profesión, la música es una de sus grandes pasiones con un influjo importante en su obra literaria.

Padura ha mencionado que ha escuchado música de diversos géneros y épocas, desde el jazz y el blues hasta el rock, el pop y la salsa. Algunos de sus artistas favoritos son The Beatles, Bob Dylan, Ray Charles y Louis Armstrong, entre otros.

En cuanto a la influencia de la música en su obra literaria, Padura ha utilizado algunos títulos de canciones como títulos de sus libros. Por ejemplo, la novela «La neblina del ayer» se titula así en referencia a la canción «Yesterday» de The Beatles. Además, en algunas de sus novelas ha incluido escenas en las que los personajes escuchan música o hablan sobre artistas y canciones.

La música es un elemento importante de la novela. Algunos de los personajes son amantes de la música y hablan explícitamente de los artistas y canciones que les gustan. Además, es una forma de escape y de conexión entre los personajes y aparece en el contexto de las dificultades que los enfrentan.


En “Herejes”, el primer tema musical del libro es el ruido de La Habana que comienza a oírse desde la primera página. Porque, cada ciudad tiene su propia música, el lienzo sobre el que se dibujan los demás sonidos.

Varios años le tomaría a Daniel Kaminsky llegar a aclimatarse a los ruidos exultantes de una ciudad que se levantaba sobre la más desembozada algarabía. Muy pronto había descubierto que allí todo se trataba y se resolvía a gritos, todo rechinaba por el óxido y la humedad, los autos avanzaban entre explosiones y ronquidos de motores o largos bramidos de claxon, los perros ladraban con o sin motivo y los gallos cantaban incluso a medianoche, mientras cada vendedor se anunciaba con un pito, una campana, una trompeta, un silbido, una matraca, un caramillo, una copla bien timbrada o un simple alarido. Había encallado en una ciudad en la que, para colmo, cada noche, a las nueve en punto, retumbaba un cañonazo sin que hubiese guerra declarada ni murallas para cerrar y donde siempre, siempre, en épocas de bonanza y en momentos de aprieto, alguien oía música y, además, la cantaba.

La Banda Sonora del libro se nutre, además, de la colección formada por placas (vinilos), compactos y casetes garabateadas a mano propiedad del ahora ex policía Mario Conde y sus amigos. Pero y sobretodo, de los sonidos que llegaban a la Isla a través de las ondas libres de la radio para quedarse grabados en el subconsciente colectivo de toda una generación, la de Padura.

A propósito de la radio y de su papel fundamental en la formación de los gustos musicales de los jóvenes cubanos de los sesenta y setenta del siglo pasado, citamos el impacto que tuvo para el adolescente de origen judío Daniel Kaminsky su primer receptor.

Daniel tenía suficiente edad para poner en práctica el albedrío que el Sagrado le había dado con la existencia. Además, agregó el tío: la verdad era que lo echaba de menos y se sentía muy solo. Tan solo que había cometido un exceso, dijo el hombre señalando la caja de cartón, para luego pedirle a Daniel que la abriera. Entonces el joven estuvo a punto de caer fulminado de asombro en plena calle: ¡el tío se había vuelto loco y comprado una radio! La providencial reconsideración del tutor y la liberación del peso de una doble vida convirtieron al joven Daniel Kaminsky, a sus dieciséis años, en un hombre pleno, que disfrutó entonces los mejores años de su vida, potenciados por el disfrute de los programas musicales, las narraciones de los partidos de pelota y las aventuras del detective chino Chan Li Po, que ahora podía disfrutar a su antojo en aquel brillante aparato de radio.

En Conde, estilos musicales como el rock, el pop y la salsa subrayan el desencanto vital que le define y maridan a la perfección con su carácter nostalgico y bohemio. Intérpretes y canciones que constituyen la propia banda sonora de la vida del personaje creado por Padura a finales de la década de los 80 y alrededor del cual gira el relato que, a la vez, tiene también su propia música.

El interés que muestra por el rock de origen anglosajón, -Fidel Castro consideraba “mariconcetes” a sus intérpretes y seguidores-, constituye una osadía y una particular forma de erigirse en revolucionario a su manera. El poprock fue un género musical prohibido por el castrismo durante décadas. Recordaba con mucho humor “El Flaco”, amigo de Conde, la ocasión aquella en la que fueron “pillados escuchando música americana y fueron acusados de «desvicionismo» político.

Padura, utiliza la música para situar a su álter ego en su contexto generacional. Así, Mario Conde es más de los Beatles que de salsa. Aunque, no desdeña el Jazz ni los boleros. El propio novelista lo explica.

Para mi generación, en los años sesenta y setenta, era muy difícil acceder a la música que se hacía en Estados Unidos y en Inglaterra, el pop y el rock. Y como era tan difícil, a manera de reafirmación o de rebeldía, era lo que más oíamos: los Beatles, los Rolling Stones, Creedence Clearwater Revival, Mamas & The Papas, Led Zeppelin, en fin. La música cubana estaba estancada, la escuchábamos menos, la practicábamos mucho menos. Hasta que conocimos, tarde, la salsa. Así empezó un momento de recuperación de la música cubana y por eso tanta gratitud con este ritmo.

A Mario Conde, por generación, los 80,s musicales ya no le le pertenecen. En “Herejes”, mientras recorre el cuarto de Judy, ni siquiera es capaz de reconocer como músico a Kurt Cobain, el cantante de Nirvana.

Conde apenas sabía que se trataba de un grupo de rock alternativo, del cual no conservaba en la mente ni una imagen ni un sonido, como buen Neanderthal aferrado al sonido puro de Los Beatles y las melodías negras de Creedence Clearwater Revival.

Tampoco acierta a saber quiénes podrían ser Radiohead y 30 Seconds to Mars.

Cuando accionó el interruptor y tuvo una mejor visión del sitio, Conde comprobó que debajo del póster de Cobain estaba la cama, tendida con un cobertor color violeta, capaz de ratificar los gustos de su propietaria por las tenebrosidades. En otras paredes había carteles de grupos musicales también desconocidos para Conde -un tal Radiohead y 30 Seconds to Mars.

De entre sus preferencias sesenteras no cabe duda, su favorito es el cantante de Creedence Clearwater Revival, John Fogerty. Escuchar su voz le reconciliaba con la vida. Y esa canción “Proud Mary” le hace sentirse en la cima del mundo. Cuando se reúne con sus amigos del «Preu» con los que compartió adolescencia y estudios en el Instituto «Víbora» tienen claro que música oír.

-¿Los Beatles? -¿Chicago? -¿Fórmula V? -¿Los Pasos? -¿Creedence? -Anjá, Creedence -fue otra vez el acuerdo. Desde hacía mil años les gustaba oír la voz compacta de John Fogerty y las guitarras primitivas de Creedence Clearwater Revival. -Sigue siendo la mejor versión de «Proud Mary». -Eso ni se discute. -Canta como si fuera un negro, o no: canta como si fuera Dios, qué coño… Por eso nunca se casó.

El pop de los años 1960 y 1970 ha sido el referente musical de Conde y Padura. Ambos comparten los mismos escenarios musicales y de juventud. Beatles, Rollings, Creedence, Chicago, Blood, Sweat & Tears, Cristina y Los Stop… Incluso el tema “Dust in the Wind” del grupo Kansas sirvió de título a una de las novelas de Padura … Luego el escritor descubrió que le gustaba mucho la música cubana, pero más si la tocaban los salseros, sus contemporáneos.

Escuchar las canciones y ver los vídeos de algunos intérpretes citados en el libro.

En relación a The Beatles creo que corresponde citar aquí cómo Mario supo de ellos. Nos lo cuenta Padura en su libro “Personas decentes”.

Mario es un niño que admira a los chicos cool de su barrio. Una noche en la que están organizando una fiesta se estropea el tocadiscos. Van a pedirle el suyo a la familia de Mario, y les abre el niño. Escuchan con él los discos que llevan encima, y el momento deja en el crío un recuerdo indeleble. «Chama, esto que vas a oír, bueno, casi nadie lo ha oído en la isla de Cuba. Esto acaba de llegar directo del Yunai Kindon y, bueno, ¿tú has oído hablar de los Beatles? Conde, todavía incapaz de articular palabra, negó con la cabeza. Motivito rió. (…) Expectación. Un crash, otro, otro… y se produjo el milagro. It’s been a hard day’s night, and I’ve been working like a dog. Conde no entendió un carajo de lo que decía la letra. Pero de inmediato percibió cómo algo lo penetraba, de modo osmótico, viral, irremediable. En ese instante preciso (…) cruzó una frontera desde la cual no había modo de regresar nunca jamás: el territorio sagrado de los iniciados.»

Portadas de los libros correspondientes a la serie Mario Conde.

¿Y la Salsa?, ¡ay, la Salsa! El propio Padura reconoce que ambos, él y el Conde llegaron tarde a la salsa. Por causas ajenas a su voluntad, podría decirse. La música cubana estaba estancada nos dice el escritor, no la escuchabamos. Además, el régimen no mostraba mucha sintonía con ella. Muchos talentos musicales marcharon de la isla. La salsa local quedó ensombrecida por la preminencia de la trova cubana bajo el paraguas de la nueva situacion política. Incluso los bailes, lugar de referencia de la salsa quedaron estigmatizados como antisociales. El embargo y la anulación de la propiedad intelectual vino a poner la guinda. Las dificultades para los artistas cubanos aumentaron al no poder actuar en el extranjero, a no ser bajo vigilancia, y «en cuenta gotas» y lo peor, ver sus composiciones, que aparecían en discos editados en el extranjero con la autoría borrada. No será hasta 1980 cuando la situación comience a normalizarse.

De forma paradójica, la salsa que llega a Cuba a través de la radio…. es una salsa de base cubana, sí, pero hecha por agrupaciones en las que abundan componentes de otros paises latinos. Se respeta la tradicion cubana pero con aportes autóctonos de otros lugares. Es el caso de la salsa que se hace en Nueva York y que identificamos con Fania. Así la salsa se convierte en la década de 1970 en el «engrudo» cultural que une a los paises caribeños, cada uno con sus matices y color. Tal y como desarrolla Padura en su libro «Los rostros de la salsa» publicado en 2021.

Es más, en la propia Cuba se cuestionó el término salsa por parte de veteranos como Mario Bauza, Cachao o Adalberto Álvarez que reconocen la dificultad de lo que ellos hacían a la hora de exportar sus creaciones: «Haciamos música mucho mas rápida que los salseros». Desde nuestra perspectiva, no podemos dejar de reconocer que Cuba tuvo a grandes como Benny Moré, Arsenio Rodríguez o Machito.

Volviendo a “Herejes” y a la trama de la familia Kamisky que se desarrolla en Cuba tanto Jose como su sobrino Daniel y en cierta medida Elias son judíos “cubanizados”. Su evolución musical va por ello en paralelo a la de Mario Conde. Escucharon los mismos intérpretes y vibraron con las mismas canciones. Los judíos emigrados a Miami desde Cuba vivían el sentimiento de la nostalgia a través de los bailes y las canciones como cualquier otro cubano de origen residente en la ciudad.

En realidad, aquella aspiración de los que se hacían llamar judíos cubanos -nacidos muchos de ellos en Polonia, Alemania, Austria o Turquía, pero cubanizados hasta el tuétano-era una respuesta al muro invisible pero bastante impenetrable levantado por los judíos norteamericanos -originarios, muchos de ellos, o sus padres, de los mismos sitios de donde provenían los hebreos cubanos-, más ricos, con propiedades y pretendidos derechos de antigüedad, y con una actitud a veces cercana al desprecio respecto a los advenedizos recién llegados con dos maletas, que no hablaban inglés y en sus fiestas en el Flamingo Park, en pleno Miami Beach, bailaban al ritmo de la música interpretada por orquestas cubanas, con una sorprendente capacidad de poner en sus cinturas y sus hombros cadencias africanas, como cualquier mulato habanero.

Nada mejor que acompañar a los Kaminsky al salón-restaurante del club Big Five, sitio preferido por los cada vez más acaudalados cubanos de Miami para sus actos sociales si queremos aproximarnos a la música que se oía en Cuba en la década de 1950. Allí, se le rendiría un homenaje a Orestes Miñoso, célebre pelotero del béisbol cubano con motivo del fin de su carrera deportiva, iniciada en Cuba, continuada en Estados Unidos y cerrada en terrenos mexicanos. Elías había decidido que esa sería la mejor ocasión para que su padre cumpliera el sueño del cual tantas veces le había hablado.

Para contribuir al perseguido aunque manifiesto ambiente de nostalgias, por el audio del salón se dejaba escuchar una prodigiosa selección de chachachás, mambos, sones, boleros y danzones famosos en la Cuba de la década de 1950. Periódicamente ocupaba el espacio el chachachá de Miñoso («Cuando Miñoso batea de verdad, la bola baila el chachachá»), interpretado desde la eternidad por la Orquesta América, pero cada nueva pieza que se oía resultaba de inmediato identificada por la añoranza agresiva de Daniel Kaminsky, quien le susurraba a su hijo el nombre de su ejecutante: Benny Moré y su banda, Pérez Prado, Arcaño y sus Maravillas, el Conjunto de Arsenio, Barbarito Diez, la Aragón, La Sonora Matancera de antes, la de verdad, con Daniel Santos o Celia Cruz al micrófono…

¡¡¡¡¡¡Azúcar!!!!!!

Escuchar las canciones y ver los vídeos de algunos intérpretes citados en el libro.

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