“Llegaba música de la casa de mi vecino en las noches de verano. En sus jardines azules hombres y chicas iban y venían como mariposas nocturnas entre los murmullos, el champagne y las estrellas.”

En “El gran Gatsby” (1925), obra emblemática de la literatura estadounidense, geografía del paisaje moral de los años veinte del siglo pasado y poderosa evocación de la cultura musical, F. Scott Fitzgerald utiliza el Jazz, -que de una forma atmosférica envuelve la trama de buena parte de los capítulos de la novela-, para lograr un retrato simbólico de la sociedad urbana americana de la época. El jazz en ese periodo no solo marcaba el ritmo de las fiestas, sino también el pulso emocional de una época.


Fitzgerald describió la década de 1920 como un tiempo “de milagros, arte, excesos y sátira” (Echoes of the Jazz Age, 1931). El gran Gatsby, fiel a esta visión, se centra en la juventud, explorando sus aspiraciones, contradicciones y su inclinación hacia la Dolce Vita. Las personas mayores parecen casi inexistentes en su universo narrativo, como si el mundo perteneciera únicamente a quienes aún creen que todo es posible. La exaltación de lo efímero y la búsqueda constante de placer dominaron el espíritu de aquellos días, y la novela lo refleja con precisión. Gran parte de la crítica ha destacado que El gran Gatsby no solo representa su tiempo, sino que es también capaz de captar el alma de toda una generación. Incluso llega a comparar el logro literario de Fitzgerald con el de Goethe.
La función narrativa de la música en El gran Gatsby va más allá del sonido. Visualiza lo auditivo, convierte el ritmo en imagen, y transforma cada fiesta en una coreografía de emociones reprimidas, excesos y vacuidad.
Nadie necesita estar invitado para participar en esa continua “Hoguera de las vanidades” en que se convierten las fiestas en casa de Gatsby y en donde el Jazz está presente. La mayoría de los personajes que asisten a las mismas, pertenecen a una élite educada y socialmente activa. Las clases populares, sin embargo, como la familia de origen de Gatsby, permanecen al margen. El propio Gatsby reniega de su pasado humilde y se reinventa como un hombre de fortuna y sofisticación, dispuesto a quemar millones de dólares para demostrar que ha logrado integrarse a ese mundo idealizado del que acabará siendo víctima. Es el precio a pagar. Estas fiestas aparentemente populares, constituían un fenómeno urbano visible en ciudades como Nueva York, donde precisamente se desarrollan las escenas más brillantes de la novela.

Los eventos que Gatsby organiza en su mansión de “West Egg” son un claro ejemplo de esa cultura de la ostentación tan genuinamente americana. Cuando Nick Carraway sube por primera vez las escaleras que le conducirán a “la cima del placer”, cree ser el único invitado, ya que la mayoría acude sin conocer siquiera al anfitrión. Desde entonces hasta hoy, muchas fiestas han seguido el modelo: espacios donde se diluyen los compromisos y abundan el chisme, la evasión y los encuentros fugaces.
A medida que las bandas de jazz fueron ampliando su formato —especialmente en la década del swing—, el espectáculo musical se volvió más complejo, con una mayor riqueza sonora e instrumental. Sin embargo, en la novela, Fitzgerald no se detiene a describir las melodías, lo importante es el efecto emocional y social de la música, más que su estructura musical.
Un ejemplo es el anuncio de la interpretación de “La historia del mundo en jazz” de Vladimir Tostov en una de las fiestas. Nick no se detiene a escuchar la composición; su atención se desvía hacia Gatsby, que permanece solo entre la multitud. Nadie parece disfrutar verdaderamente de la música. El jazz funciona como telón de fondo de un escenario que en realidad revela una profunda desconexión emocional. Fitzgerald muestra así cómo la música, lejos de unir, puede subrayar la soledad.

Las fiestas no son celebraciones sinceras, sino mecanismos de autopromoción. Gatsby no busca compañía, sino reconocimiento y estatus. A pesar de su generosidad y despliegue, no logra ganarse la gratitud ni el respeto de sus invitados. Tras su muerte, todos desaparecen. Las fiestas cesan, y con ellas también su estrategia para acercarse a Daisy. Lo que queda es una crítica clara a la superficialidad de la sociedad de consumo, donde los vínculos son transaccionales y el afecto es sustituido por la utilidad.
Desde el punto de vista narrativo, la música en la novela no cumple una función estética tradicional. El interés de Fitzgerald no radica en la calidad artística del jazz, sino en su capacidad para generar ambiente, para envolver al lector en una experiencia sensorial que refleje el exceso, el artificio y la fugacidad. Los asistentes no escuchan con atención, sino que bailan, beben y actúan. La música se convierte en parte del espectáculo, como lo ilustra la escena de la cantante que, entre sollozos y maquillaje corrido, termina dormida por el vino: más que una interpretación musical, es un acto dramático.
Durante la “Era del Jazz”, la sociedad estadounidense comenzó a exigir que la música popular ofreciera no solo placer sonoro, sino también estímulo visual. Hoy en día, ese deseo se ha acentuado: la música comercial se apoya en espectáculos, coreografías y escenografía. Fitzgerald anticipó esta tendencia. En sus obras aparecen géneros como el jazz, los musicales y el folk reflejando precisamente esa tensión entre el jazz tradicional y su reinterpretación contemporánea. No obstante, hemos de ser conscientes de que el intento de captar el encanto musical mediante la palabra siempre ha sido una empresa difícil, porque la literatura transmite a través de la visión, mientras que la música la experimentamos con el oído.

Fitzgerald, sin embargo, logró que la música “se viera”. En un contexto marcado por la aparición del fonógrafo, la radio y el disco, la música por primera vez pudo conservarse, reproducirse y difundirse masivamente. El jazz se convirtió en el primer movimiento musical con un impacto verdaderamente transversal en la cultura de masas. Nueva York —con su efervescencia callejera, sus musicales de Broadway y sus bares con música en vivo— era el corazón de ese fenómeno.
A diferencia del teatro del siglo XIX, reservado a las élites, el jazz fue accesible a todas las clases sociales. También cambió su forma hacia ritmos fuertes, letras simples e improvisación. Esta transformación no solo facilitó el acceso a la música, sino que también convirtió al jazz en un lenguaje propio de los jóvenes, una forma de afirmar su identidad en una sociedad siempre cambiante.
En definitiva, las escenas musicales de El gran Gatsby nos recuerdan que, en aquellos días, la música era más que sonido, espectáculo. El ritmo, difícil de capturar con palabras, cede su lugar al gesto, a la imagen y a la atmósfera. Fitzgerald, maestro de lo sensorial, construyó así un universo donde la música, aunque rara vez se escuche, siempre se siente.

Gatsby creía en la luz verde, el futuro orgiástico que año tras año retrocede ante nosotros.
🎙️”La Rinconete y Dobladillo Social Club Band”
“La RYD Social Club Band” quiere celebrar el centenario de la publicación de la novela “El Gran Gatsby” de F. S. Fitzgerald con estas dos canciones inspiradas en el libro: “Luz Verde” y “Nick y Gatsby”. Ambas, perfectas para bailar. Con ellas y a su ritmo, decimos adiós a los entrañables personajes con los que hemos convivido durante estas semanas de intensa lectura.
Gracias “Scotty” por la novela y saludos a Zelda y a Ernest de nuestra parte. ¡Hasta siempre!


🎬 Las adaptaciones cinematográficas
El gran Gatsby, la célebre novela de F. Scott Fitzgerald publicada en 1925, ha sido llevada al cine en varias ocasiones, pero son dos las adaptaciones que más han marcado al público y a la crítica: la versión de 1974 dirigida por Jack Clayton y la de 2013 dirigida por Baz Luhrmann. Ambas intentan trasladar a la pantalla el universo de los años veinte, con su brillo, sus excesos y, sobre todo, la profunda melancolía que envuelve al personaje de Jay Gatsby. Sin embargo, entre las dos versiones persiste la pregunta: ¿cuál de ellas es más fiel al espíritu y la letra del libro?


Ambas películas ofrecen miradas diferentes sobre la novela y logran, cada una a su manera, acercar la historia al espectador. Sin embargo, si el criterio es la fidelidad al libro, la versión de 1974 es generalmente considerada la más respetuosa, tanto en la adaptación del texto como en el tono general. Frente a ella, la película de 2013 representa una interpretación libre y moderna, centrada en el espectáculo y en una lectura contemporánea del sueño americano y sus excesos. Así, la elección entre ambas adaptaciones dependerá del tipo de espectador: quien busque una traslación fiel y contenida de la novela optará por la versión clásica, mientras que quien prefiera una experiencia audiovisual intensa y reinterpretada encontrará en la película de Luhrmann una propuesta estimulante. Disfrutemos con las dos.
🎙️ La bandas sonoras musicales
La música es un elemento esencial en cualquier adaptación cinematográfica de El gran Gatsby, novela profundamente marcada por el contexto de la “Era del Jazz”, los años veinte, y todo el imaginario de las fiestas, el lujo y la decadencia de aquella época. Las versiones de 1974 y 2013, sin embargo, abordan igualmente de manera muy distinta la cuestión musical, reflejando dos formas opuestas de entender tanto el cine como la relación entre imagen, sonido y época histórica.
Así, la diferencia entre las dos bandas sonoras refleja también dos concepciones distintas del cine y de la relación con el texto literario. La versión de 1974 entiende la música como un complemento respetuoso del contexto original; la de 2013 la utiliza como herramienta de reinterpretación, resignificando la historia y abriéndola a nuevas lecturas. Una apuesta por la fidelidad y la nostalgia; la otra, por la actualización y la provocación.

Analizamos con cierto detalle, la banda sonora original de The Great Gatsby (1974), compuesta por Nelson Riddle, una cuidadosa recreación del paisaje sonoro de los años veinte, época en la que transcurre la novela de F. Scott Fitzgerald. Riddle, reconocido por sus arreglos clásicos para voces como Frank Sinatra o Ella Fitzgerald, elige en esta ocasión una selección de canciones populares de la década de 1920, combinadas con composiciones originales, para construir una atmósfera musical que no solo ambienta históricamente la película, sino que también subraya las emociones y los matices psicológicos de los personajes. Nelson Riddle ganó un Premio Oscar de la Academia en 1975 por su excelente partitura musical.


El tema de apertura, “What’ll I Do”, compuesto por Irving Berlin en 1923, es uno de los hilos conductores de toda la banda sonora. Esta canción, cuya letra habla de la ausencia del ser amado y la imposibilidad de olvidar, se convierte en un leitmotiv asociado a la figura de Gatsby y su amor imposible por Daisy. La versión suave y melancólica que abre el disco establece desde el principio el tono nostálgico de la película, subrayando el carácter idealista y obsesivo del protagonista.
Otro tema significativo es “The Sheik of Araby”, una pieza alegre y dinámica que refleja el exotismo y el espíritu festivo de la época, utilizada en las escenas de las fiestas para dar vida a la atmósfera de desenfreno y opulencia. Lo mismo ocurre con piezas como “Five Foot Two, Eyes Of Blue”, “I’m Gonna Charleston Back To Charleston” y “Charleston”, todas ellas evocadoras del frenesí de la danza y el jazz que dominaron los salones y clubes durante aquellos años.
Sin embargo, Riddle no se limita a ofrecer un simple fondo musical de época. A través de piezas originales como “Tom and Myrtle”, “Jordan’s Tango”, “Daisy’s Tango”, “Myrtle’s Dead” y “The Ring”, introduce temas dramáticos que aportan profundidad emocional a las escenas más intensas de la historia. Estas composiciones permiten que la música dialogue directamente con los conflictos narrativos, acentuando la tensión, la violencia o la tristeza según lo requiera la acción.
En temas como “It Had To Be You”, otra canción clásica de los años veinte, reaparece la idea del destino y del amor idealizado, mientras que piezas como “When You and I Were Seventeen” y “Alice Blue Gown” refuerzan la atmósfera de nostalgia y añoranza por la juventud perdida, otro de los grandes temas de la novela. Especialmente emotiva es la pista “Daisy (What’ll I Do)”, que retoma el tema central en una versión íntima, vinculada directamente a la figura de Daisy y al sueño inalcanzable que representa para Gatsby.
El final de la banda sonora, con el medley de “What’ll I Do / Ain’t We Got Fun”, cierra el recorrido musical uniendo la tristeza del anhelo no correspondido con la ligereza de la despreocupación superficial de las fiestas. Esta yuxtaposición resume a la perfección la tensión que recorre tanto la novela como la película: el contraste entre el brillo y la miseria, entre la ilusión y la realidad.
En conjunto, la banda sonora de Nelson Riddle no solo cumple una función de ambientación, sino que se convierte en una auténtica narradora paralela de la historia. A través de su cuidada selección de canciones populares y composiciones originales, logra sostener el tono melancólico y romántico del filme, manteniéndose fiel al espíritu de la novela de Fitzgerald. Lejos de imponer la música como protagonista, Riddle la utiliza como una herramienta sutil para acompañar el drama emocional de los personajes, respetando la estética de la época sin perder la carga simbólica de cada tema.
🎷 La llamada “Era del Jazz”


En 1916, la Original Dixieland Jass Band (ODJB) llegó a Nueva York vía Chicago desde Nueva Orleans y, al año siguiente, grabó su primer disco. Esto puso en marcha el motor de la nueva música, que la gente de todo el mundo empezó a deletrear como J-A-Z-Z, aunque algunos músicos de Nueva Orleans de todas las razas seguían empleando el término «Dixieland»……..

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