Palabras, imágenes y música. “Mi Antonia” de Willa Cather, una novela a tres voces.

De pronto vimos algo curioso: no había nubes, el sol se ponía en un cielo límpido y dorado. Justo cuando el borde inferior del disco rojo descansaba en el horizonte sobre los campos altos, una gran figura negra apareció de improviso, dibujándose en la superficie del sol. 


Al buscar en internet una copia en español de la novela “Mi Antonia” de Willa Cather encontré, casi por azar, una versión en inglés de la primera edición del libro (Boston, 1918), que incluía ocho ilustraciones del pintor polaco americano W. T. Benda. Estos dibujos a plumilla, aparentemente simples, llamaron poderosamente mi atención. Su fuerza expresiva es indiscutible. Quise saber más sobre ellos y sobre las razones de su inclusión en esta y algunas ediciones posteriores.

He querido mostrar en este corto divulgativo en video los resultados de esa “pequeña investigación” y de cómo las tintas de Benda son parte esencial del proyecto artístico de Cather. Las ilustraciones constituyen una narrativa visual paralela que cuestiona y complementa la versión parcial y romántica de Jim Burden, ofreciendo una representación más fiel de Antonia y del mundo de los pioneros en Nebraska.

Me sorprendió, también, descubrir la influencia de W. T. Benda en las portadas de muchas ediciones posteriores. Las más significativas se muestran en este corto documental.

Agradecimientos a los compañeros y compañeras del Club de Lectura “Rinconete y Dobladillo”, a Bela por sus sugerencias y a Matías Regodón, “Mi Amigo”, quien ha sido tan amable de recitar el texto final del Capítulo XIII correspondiente al Segundo libro titulado Las criadas, de la obra de Willa Cather, “Mi Antonia”, 1918.


Hay libros que no son solo literatura. “Mi Antonia”, publicada en 1918 por Willa Cather, es uno de ellos. Bajo el relato nostálgico de Jim Burden y la vida de Ántonia Shimerda, hija de inmigrantes bohemios, se esconde un sentido diálogo entre palabras, imágenes y música.

Jim Burden cuenta su infancia en Nebraska desde la distancia del adulto. Sus palabras son memoria teñida de idealización. Cather juega con esa tensión entre recuerdo y realidad. Lo que se narra no siempre coincide con lo que fue, pero en esa imperfección late la verdad emocional de la novela.

La primera edición de 1918 se publicó con ocho ilustraciones de W. T. Benda. Estos dibujos en blanco y negro muestran escenas claves en el relato: la llegada de los inmigrantes, la tragedia de los Shimerda, el trabajo agrícola, Ántonia arando o enfrentándose a la ventisca.

Las imágenes de Benda constituyen una narración visual paralela que a menudo contradice la voz del narrador.

El Jim adulto tiende a embellecer su pasado, mientras que Benda lo devuelve a la crudeza de la experiencia inmigrante: “donde el texto idealiza, la ilustración recuerda la dureza”.

El resultado es una novela con tres voces: la de la palabra, la del dibujo y la de la música. Al ponerlas en diálogo, el lector obtiene una visión más completa y realista de la historia.

Canciones bohemias que mantienen viva la memoria de la tierra natal. Himnos religiosos que cohesionan a la comunidad en Nebraska. Danzas de violín que animan los bailes locales de los jóvenes. Y la “música de la naturaleza”, ese rumor de estaciones y campos que marca el ritmo de la vida.

La música refleja también el choque entre generaciones. Así, mientras los mayores cantan lo que recuerdan, los jóvenes buscan otros ritmos que hablen del presente americano.

Con todo ello, “Mi Antonia” se convierte en una experiencia artística múltiple.

Las palabras evocan memorias y paisajes interiores. Las imágenes de Benda, dialogan y corrigen la voz de Jim. La música sostiene la identidad cultural y refleja el pulso de los inmigrantes.


Más de cien años después, esta novela sigue viva porque nos recuerda que contar una historia no es solo escribirla. Es además, dibujarla y escucharla.

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